Santa Catalina existe en el límite, donde la costa del Pacífico de Panamá se vuelve escarpada y las olas se vuelven legendarias. El pueblo conserva una crudeza que el desarrollo aún no ha erosionado: carreteras sin pavimentar, una densa jungla que se extiende contra la costa, una comunidad formada por la pesca y las olas. La cercana isla de Coiba, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, define la cultura del buceo de la región. Aquí, la naturaleza opera según sus propios términos, y cualquier intervención exige humildad y visión.

Las Costas surge de la ambición de establecer un nuevo paradigma para el desarrollo costero en Santa Catalina, uno que equilibre la hospitalidad, la comunidad y la administración ambiental. El proyecto abarca alojamientos hoteleros, apartamentos de corta estancia, unidades residenciales, un restaurante y un complejo de piscinas diseñado no solo con fines recreativos, sino también como un centro dedicado al entrenamiento de buceo capaz de respaldar la certificación PADI. En lugar de imponer una estructura monolítica singular, el diseño dispersa los elementos programáticos por todo el sitio, lo que permite la circulación natural, preserva las líneas de visión y mantiene el carácter del terreno costero.

El complejo de piscinas representa tanto un logro técnico como una declaración conceptual. Diseñado con la profundidad y la claridad suficientes para dar cabida a los cursos de instrucción y certificación de buceo, transforma los servicios convencionales de un centro turístico en un activo educativo y experiencial, lo que contribuye de manera significativa a la identidad de Santa Catalina como destino de buceo de clase mundial y, al mismo tiempo, respeta los sistemas ecológicos que lo hacen extraordinario. El restaurante y el bar funcionan como un punto de referencia social, diseñado para servir tanto a los huéspedes como a la comunidad, un gesto deliberado hacia la integración más que hacia el aislamiento.

Las Costas es, en última instancia, un ejercicio de ambición calibrada. Reconoce la tensión inherente al desarrollo: el deseo de crear algo significativo sin comprometer lo que ya existe. Un lugar donde la escala no tiene por qué excluir la sensibilidad, donde el propósito principal de la arquitectura no es dominar un paisaje sino revelar su potencial. Un destino diseñado para dar la bienvenida, reunirse y perdurar.